
La editorial española Anagrama publicó en 2006 un curioso libro que tenía a Paul Auster como catalizador, Creí que mi padre era Dios, una selección de relatos cortos que, a petición suya, le había enviado un grupo de oyentes del programa radiofónico en el que él colaboraba, Weekend All Things Considered. De entre más de 4.000 textos, Auster eligió 180, que son los que componen Creí que mi padre era Dios, cuyo destino inicial era su lectura en antena, aunque acabaron también en formato libro por sugerencia de su esposa, la escritora Siri Hustvedt.
Auster, uno de los escritores estadounidenses actuales de mayor éxito de crítica y público, había puesto una condición a los escuchantes y literatos: los textos debían ser verídicos. Y aunque el resultado es de lo más variopinto, como no podría ser de otra manera teniendo en cuenta que llevan la firma de 180 personas, en ellos subyace un denominador común: la sensación de que lo narrado recoge fielmente la realidad.
No creo que sea casual esa demanda de Paul Auster (Nueva Jersey, 1947) a favor de lo real. Él mismo se afana por transmitir verosimilitud en sus propios libros, al menos en los nueve o diez que yo he leído, exceptuando quizá la futurista El país de las últimas cosas, que merecería un análisis aparte.
No digo que Paul Auster sea un realista a la manera de sus compatriotas Raymond Carver o Tobias Wolff, que articulan gran parte de su obra en las dramáticas minucias del día a día. No, Auster, aunque lo disimule con su lenguaje sencillo y su claridad expositiva, teje novelas de trama compleja, con numerosos giros argumentales, guiños metaliterarios y juegos de azar que rara vez se dan en nuestro día a día. Lo que quiero decir es que, pese a tantos elementos intencionadamente literarios, nacidos de su fértil imaginación, su propuesta nos parece real, tan real como podrían serlo ciertos documentales que vemos en Netflix basados en hechos reales, por muy sorprendente que se antoje lo descrito en ellos.
Un buen ejemplo de la novelística de Auster la encontramos en Leviatán (Anagrama, 1993), novela en la que despliega sus habituales virtudes literarias. El peso de la narración nos llega de la mano de Peter Aaron, tal vez alter ego de Auster, quien relata las malandanzas de su amigo, Benjamin Sachs, excelente escritor a su pesar. Peter Aaron ejerce como confidente –por no llamarlo testaferro– del relato del devenir de su misterioso amigo, involucrado en el estallido de una bomba en una carretera de Wisconsin que se cobra la vida de un nombre desconocido, algo que empuja al FBI a seguirle sus pasos, al principio a ciegas.
Por qué lo busca el FBI, qué ha hecho para convertirse en un fugitivo y cómo ha llegado a esa situación límite es lo que Aaron/Auster va desgranando, poco a poco, en una historia que, como siempre en este autor, toma el pulso a la realidad norteamericana (en este caso, la de los años 90) al tiempo que nos ofrece fragmentos de vida de personas que, extravagancias aparte, insisto, nos parecen reales.
No faltan en esta novela recursos habituales en Auster como el azar, las existencias entrelazadas, las reflexiones metaliterarias, el vagabundeo o las carambolas de un destino juguetón, señuelos para atraparnos hasta un final que, en cierta manera, conocíamos desde el principio. (Lo interesante es todo lo que ocurre entre medias…).
Leviatán es una narración, por así decirlo, a dos bandas. Si bien el objetivo de Aaron es escribir una biografía selectiva de su amigo, no deja de ser a la larga también una biografía de sí mismo. Dos biografías fuertemente conectadas por caprichos del destino y por obediencia a una comprometida amistad. Extrañamente, pese a la distancia geográfica –y en ocasiones afectiva– entre todos los personajes (los principales y los secundarios), un hilo inasible acaba por unirles una y otra vez.
Llevando el oxímoron a su máxima expresión, Leviatán es una novela policiaca sin policías, un thriller sin acción, una biografía autobiográfica.
Confieso que es tanta mi afinidad con este escritor, que me falta distancia para discernir con claridad si Leviatán es uno de sus libros más logrados. De lo que no tengo dudas es de que su lectura satisfará las expectativas de los más austerianos y de muchos lectores, amantes de la buena literatura, que aún no se han adentrado en su seductora obra.

Por: Francisco Rodríguez Criado
(Cáceres, 1967) es escritor y corrector de estilo. Ha publicado una decena de libros de diversos géneros, entre los que destacan Sopa de pescados (relatos), Mi querido Dostoievski (novela), Oficios perdidos de Extremadura (reportaje novelado), El Diario Down (diario) o L os zapatos de Knut Hamsun (relatos).
Es columnista de El Periódico de Extremadura desde 2005 y ha impartido numerosos talleres de escritura creativa. Edita, desde 2007, Narrativa Breve (https://narrativabreve.com), blog referencial de literatura en castellano.
Actualmente, está escribiendo una novela corta.