14. Más rara que una naranja mecánica, dulce y jugosa #Las20DelXX

¿Qué es una naranja mecánica y para qué sirve? ¿Es posible sincronizar la voluntad de un individuo con el deber ser y convencerlo de cambiar el mal por el bien? ¿Dónde empieza el bien y termina el mal? Son algunas de las preguntas que suscita la historia de Alexan­der De Large, un psicópata adolescente que disfruta de co­meter actos de ultra-violencia como: cruentos robos calle­jeros, brutales palizas a ancianos y abominables violaciones a mujeres indefensas; en compañía de su pandilla de la que es líder, y a la que reúne todas las noches en el bar Koro­va, donde trama siniestras fechorías mientras bebe leche con ácidos, para luego encontrar el clímax de la diversión cuando se lanza como una fiera en la oscuridad sobre sus víctimas y cuyo dolor le produce un placer orgásmico que lo lleva a la gloria.

Mejor conocido como el pequeño Alex por quienes han se­guido de cerca su carrera delictiva, desde los once años de una correccional en otra, “Nuestro humilde narrador”, como se dice a sí mismo, cuenta lo que ha sido su periplo como malhechor y en el que se ha cultivado con especial devo­ción por la música de Beethoven, que usa para excitarse cuando escucha las trompetas de los ángeles y los trombo­nes del infierno que gobiernan sus sentidos, convirtiéndolo en un artista entregado al caos y a la destrucción, como ritual solemne y sentimiento más sublime en el descubri­miento de la felicidad que jamás haya tenido.

Carismático, perverso y audaz, no en vano se ha burlado del sistema cuantas veces ha querido y tomado de los de­más lo que quiere cuando le ha venido en gana, alguien para quien el castigo no significa nada e incluso pareciera agradarle, una manzana podrida y un hueso duro de roer que resiste la violencia con que operan las autoridades en nombre de la ley y por encima de ella; sin doblegarse has­ta que, finalmente la capacidad de represión del Estado, al que siempre subestimó, lo somete con el poder de una terapia de choque experimental de cura contra la maldad, y que prometerá devolverlo a la sociedad como un buen ciudadano para salir a recorrer el mundo ancho y libre en un nuevo comienzo.

Escrita por el novelista y ensayista irlandés, Anthony Bur­gess, y publicada en 1962, La naranja mecánica, cuyo títu­lo original es A clockwork orange es una obra literaria del género distópico, famosa por su exitosa adaptación cine­matográfica homónima de 1971 y que dirigió el ya desapa­recido cineasta neoyorquino Stanley Kubrick, lo que le valió al libro un aumento en la popularidad y una reputación de culto entre cinéfilos y lectores.

Dividida en tres partes de siete capítulos cada una, es de anotar que de los 21 que en total componen la historia ori­ginal, la versión norteamericana y en la que está basada la película no incluyó el último, ya que esa era una de las exi­gencias de la editorial para publicarlo porque no lo estimó conveniente; algo en lo que cedió Burguess por motivos comerciales, pero que nunca dejó de ser importante para él ni mucho menos en el desenlace real de la historia, por cuanto significa el número 21 como símbolo de la mayoría de edad y una clave en la transformación del protagonista, que podrán advertir quienes lean la versión británica y que circula en Europa.

¿Existen seres humanos como modelos de maldad impe­nitente? ¿Podemos creer en el progreso moral? Es ese el lugar sombrío al que Alex pretende iluminar con su gusto por el arte de la Gran Música y Poesía, como una acción reivindicatoria de la cultura y la civilización, pero despoja­do a la vez de toda vergüenza y culpa, adonde quiera que vaya por una aventura sicodélica del lenguaje con su jerga juvenil Nadsat, en una mezcla de cokney o inglés de los bajos fondos londinenses con palabras de origen eslavo o gitanas, pero rusas en su gran mayoría, y que nos permiten descifrar y comprender la visión que tiene del mundo, en la que prevalecen la emoción de la violencia y las tentaciones de tener una vida fácil.

Una vida a la que tendrá que renunciar cuando el aparato totalitario lo atrape y se encargue de ajustar cuentas con él para reformarlo, en una trampa donde caerá cuando se acoja al tratamiento especial que parece ser una recom­pensa pero que está lejos de serlo, cambiando su papel de victimario por el de víctima de los tiempos modernos y de su propio invento, y privándolo de tomar cualquier decisión ética. Como una naranja que exprimen y que sigue dulce y jugosa, más rara que una naranja mecánica.

Por: Daniel Casas

(Bogotá, Co­lombia, 1982). Es Comunicador Social y Periodista de profesión con Énfasis en Medios Audiovisuales. Ha sido Coordinador editorial de la revista digital y página web Túnel de letras durante casi 10 años. Repor­tero, redactor, corrector de estilo y escritor en formación. Opinador, soñador y contador de histo­rias. Transformador de sus días y ser humano en construcción.

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