
Los lectores de novelas de detectives, policiacas, novela negra, de crímenes, como quieran nombrarla, y siendo estas lo suficientemente diferentes entre sí, si es que para ello tanta tinta ha corrido, tienen algo en común: “El lector de novelas policiales es un lector que lee con incredulidad, con suspicacias, una suspicacia especial”, dice Borges; y no creo lo contrario, ¿cómo podría hacerlo? Si cuando, en obras como, El halcón maltés, la primera afirmación que puedo lanzar al avanzar unas cuantas páginas es —Miente, todos mienten.
A San Francisco ha arribado una mujer hermosa, quien destaca por su estética sofisticada y tímida a la vez, cabello rojo, ojos azules y un color de labios que combina muy bien con la exuberancia de su pelo y nos alienta a pensar en las lógicas de una Femme Fatale. Miss Wonderly llega a la oficina de detectives Spade y Archer, quienes cuentan con toda una empresa del complot, en pro de develar los casos que les son propuestos; ella pide ayuda para encontrar a su hermana quien ha huido de casa. El encargo ya está hecho, Archer, el otro detective, seducido por la belleza de esta mujer, decide acompañarla esa noche a la cita previamente acordada con el supuesto captor de la hermana. Así, Wonderly y Thursby, el presunto captor, se encontrarán cerca al hotel donde este se hospeda y dialogarán para que ella pueda volver a ver a su hermana con vida, pues cabe anotar que tal hombre es peligroso, y cualquier cosa puede pasar, por eso quiere ir acompañada, claro, sin que se levanten sospechas.
El seductor, hambriento y mal casado Archer es quien se pone a disposición de tal vigilancia y cuidado, con tan poca suerte que esa es su última hazaña detectivesca, muere con ocho tiros en el cuerpo a manos de un no se sabe quién que ha disparado una Webley-Fosbery calibre 38. Y en menos de nada, muere también Thursby, el sospechoso. Hasta aquí parece un caso normal, hay unos cuantos muertos y hay que averiguar quién los mató. Responsables hasta el momento ninguno, más por una mala deducción, se llega a pensar que Spade, es el culpable de la muerte de Thursby, como muestra de agravio por la muerte de su compañero. En cuanto a la mujer bella, no es siquiera cuestionada por la policía que pronto llama a Spade para que atienda el caso de su compañero de trabajo. El hecho de que ella no sea reconocida como sospechosa para la policía se hace creíble para los encargados, pero no para el lector, en la medida en que es ella la cliente del caso en el que Archer ha muerto, por tanto, su identidad queda silenciada ante las autoridades hasta que se concrete el caso que se ha iniciado.
Sam Spade después de toparse con estas muertes y ser el presunto culpable de una de ellas, le confirma al lector, por medio del recurso retórico, que aquel caso con el que empezó todo, era mentira. Y antes de seguir avanzando en el caso, quisiera abordar el personaje de Sam Spade. Él es uno de esos detectives que no deben ser olvidados. Es decir, así como es conocido y nombrado Sherlock Holmes, El padre Brown, Dupin, Lupin, Poirot, Marple y entre los latinoamericanos mi favorito, Mandrake, así también debe recordarse a Sam Spade. Este personaje no brilla por su capacidad deductiva, ni por su afabilidad, sino, por su entrega fervorosa al azar, a sus instintos de perro viejo, experiencia y testarudez, actitudes que a largo plazo y bien construidas en un personaje, pueden llegar a ser reconocidas por otros como inteligencia y actitud excepcional.
Para ilustrar un poco lo anterior me permitiré compartir el siguiente, largo, fragmento:
“—Sé de lo que hablo. Ya he pasado por esa experiencia, y supongo que tendré que volver a pasar por ella más veces. En distintas ocasiones he tenido que mandar al diablo a unos y a otros, desde magistrados del Tribunal Supremo para abajo, y la cosa me ha salido bien. Y siempre me ha salido bien porque nunca olvido que el día del ajuste de cuentas tiene que llegar; y porque nunca dejó de recordar que cuando llegue el día de ajustar las cuentas he de estar preparado para entrar en la Jefatura de Policía empujando delante de mí a una víctima y diciendo: «Estúpidos, aquí tenéis al culpable». Mientras pueda hacer eso, me será posible burlarme todas las leyes del código. Pero el día que no lo logre, todo habrá acabado para mí. Hasta ahora, las cosas siempre me han salido bien y esta vez le aseguro que no va a ser la primera que me salga mal. De fijo que no.”
Aquí hay varias cosas por mostrar. Primera, la vital importancia de una actitud que desencaja, incomoda a quienes se supone se debe respetar, esto es clave para jugársela en un mundo tórrido como el que puede ser San Francisco en el momento, o como es el mundo que plantean estas obras, donde cualquiera en menos de un minuto puede estar muerto o sufrir graves consecuencias al no estar alerta de cómo moverse. Segunda, la burla, como medio de manifestación de un descontento personal, pero también político, tanto así que es un tropo de estas obras, por ejemplo, hacia la policía o cualquier institución que haga parte del Estado. Teniendo en cuenta esta cita, puedo mostrar un tercer punto que se desliga de allí, y es la necesidad de tener una red amplia de conocidos, amigos, compañeros, en fin, personas que estén dispuestas a pagar favores a cambio de lo que sea beneficioso para ellas, en cualquier ámbito de la sociedad. Y esta obra sí que nos deja claro que, sea cual sea el sector, público, privado, son necesarias unas cuantas cuotas representadas en personas, mercancía o dinero que favorezcan a la entidad o en este caso, a Spade.
Ahora bien, lo anterior no solo sirve para enfatizar puntos importantes que en general la obra cumple con el género al que se le inscribe y dar fuerza al personaje principal, sino también, que funciona como una bisagra entre lo general y lo particular de la novela, en cuyo caso, retomo, era un trabajo que resultó ser una mentira. La necesidad de aquella mujer de encontrar a alguien no era verdad, era una fachada para hacer que el detective se jugara el todo por el todo, como lo hice notar con la cita, para encontrar un pájaro negro: el halcón.
Esta es un ave de oro, cubierta no solo con las más finas joyas del Asia, sino que, además, de una de las más bellas historias contadas para enriquecer una pieza-regalo para el rey Carlos V. Esta reliquia se perdió en una galera cuando iba rumbo a España, donde el rey se encontraba en ese momento. Dice la historia que fue robada por Barba Roja y de allí pasó de mano en mano hasta que un ruso la adquirió sin saber su verdadero valor. Miss Wonderly, o mejor, Miss O´Shaughnessy, su ‘verdadero’ nombre, es la persona que es escogida por Gutman, el hombre que tiene conocimiento del valor histórico y monetario de ese artículo y quien arma todo un séquito para ese pájaro, para que robe el halcón, o como lo intenta él, lo negocie, pero todo parece en vano.
Es así, como una mentira llevó a el detective a verse de frente con una historia que capaz podía ser un invento también, un invento lo suficientemente bien montado, como para que un hombre como Gutman, tras 17 años siguiese buscando sin flaquear un segundo el ave de oro cubierto por una capa negra que lo hacía un ornamento más de cualquier lugar.
Dashiell Hammett sí que había vivido lo suficiente para saber que la vida de un detective, con sus altos y bajos, entregas totales a la libertad, a la muerte y al descubrimiento de una verdad en favor de la justicia, tan amplia esta palabra de interpretar, hace posible que poco a poco los lectores busquen más que solo narraciones que sean un rompecabezas interesante, que quien asesine sea más que un papel que se repite, un estereotipo, y que el narrador, por momentos, le dé la sensación al lector de ser inteligente. Un lector de novelas negras o de cualquier otro rótulo que vaya acorde con la evolución de este género, debe estar en la capacidad de mirar cuál puede ser el ave o el libro que engancha a todos, pero no es real, no es el que al quitarle las capas revela el oro.

Por: Dahanna Borbón
Llegó a ella la necesidad de verse acompañada de la letra plasmada en un papel desde el momento en que, en las horas silenciosas, en los espacios y momentos solitarios, el fulgor de unos pocos libros a la mano y los cuadernos de notas le empezaban a susurrar que allí había algo que la podía acompañar. Terminó estudiando filosofía y letras y día a día pule con ahínco la labor de leer y escribir a través de su trabajo como correctora de estilo y edición.