Trainspotting: Elige la vida y algo más…


Por: Daniel Casas

Foto: kasiQ Jungwoo – https://www.flickr.com/photos/38464962@N02/

Tomar muy en serio y llevar tan lejos como puedan la burla al sistema de valores que ha diseñado y montado la sociedad burguesa, se convierte en el juego favorito y la trampa perfecta, con que una pandilla de jóvenes escoceses del Edimburgo de los años 80, cae y se levanta de una vida cuyos ideales para ellos no existen, y que apuestan a vivir al límite de sus posibilidades, donde ganar sabe a poco y sobrevivir a la realidad es suficiente, más cuando es posible crear un sueño y sentir el placer de no dejarlo ir, si se tiene a la mano, la colección completa de: costo, ácido, speed, éxtasis, heroína, setas, Nembutal y Valium.

En lo que pareciera una salida fácil a los conflictos psicosociales de una generación difícil, Irvine Welsh, encuentra el punto exacto entre la partida y el final de un viaje épico por el realismo desesperado de toda una delegación de desadaptados en la que conviven: alcohólicos, yonquis, vagabundos, maniacos sexuales, psicópatas, y todas aquellas formas inferiores de vida que estaban allí porque lo necesitaban, y para los que no había futuro ni lugar distinto al que pudieran pertenecer, convencidos de cambiar en nada lo que creen o saben que no pueden cambiar, y dispuestos a tomarse sin escrúpulos lo que el mundo les negaba, o creía darles con oportunidades que nunca quisieron tener como las que recibieron.

El tren que todos ven pasar y que la multitud apenas advierte, el expreso que esperan muchos en la estación para llegar a alguna parte, la ruta hacia el próximo destino, y el hobby más ridículo de que se tenga noticia en Gran Bretaña, por definición, y que consiste en observar compulsivamente los trenes con la idea de recordar su número y características para competir con otros aficionados a esta forma tan inútil de pasar el tiempo y que no saben a qué más dedicar.

Todo esto es Trainspotting, y algo más que eso, un vagón lleno de personajes vacíos como son Mark Renton y sus colegas de vicio, estafa y diversión: Spud, Sickboy, Francis Begbie y Tommy; una bomba de tiempo y una bala pérdida que les volará la cabeza en la vernácula acepción escocesa que significa buscar una vena donde inyectarse “caballo” o heroína. 

Escrita en 1993 por el nacido en el distrito de Leith en su natal Edimburgo-Escocia, Irvine Welsh, Trainspoting es una exitosa novela que trascendió como todo un acontecimiento extraliterario al llegar al teatro y después catapultarse como una película de culto en 1996, cuya adaptación cinematográfica estuvo a cargo de quien fuera una de las promesas, y que luego terminó siendo unos de los directores más aclamados por la crítica y el cine británico, Danny Boyle, precisamente en virtud de la acertada realización de su versión de la obra para la pantalla grande, y que fue un récord en taquilla.

A diferencia de otras novelas que fueron llevadas al cine, este es uno de los ejemplos más eficaces de adaptación de una obra original, por cuanto respeta el lenguaje casi que con ortodoxia, que emplea en este caso Welsh, y en cuyas páginas da cuenta de una narrativa cruda, honesta y provocadora propia del dialecto barriobajero local adonde pertenecen él y sus historias, como viejos conocidos que son.

Así transcurre la aventura vital por el desencanto que nos cuenta Welsh con su pluma, que no solo escribe sino que cobra suculenta y descarnada vida con este Edimburgo, capital europea del sida y paraíso del desempleo y la desocupación, muerto de aburrimiento y desesperanza; pero que sobrevive feroz y del que nos va a convencer Boyle, está más vivo que nunca, cuando invoca la voz

de sus personajes y los trae de vuelta en otra ficción tan real, donde se cruzan la sangre que contienen y la tinta por donde salieron.

Tal y como sucede en los monólogos de su protagonista, Renton, interpretado por el actor también escocés, Ewan McGregor, quien saltó a la fama, gracias a su brillante interpretación en este delirante rol, y que empieza con el discurso disruptivo en que señala a la sociedad de ser sospechosa de inventar una falsa y perversa lógica, que absorbe y canaliza el comportamiento de la gente cuya conducta está por fuera de los cánones mayoritarios, con base en la siguiente reflexión que piensa en voz alta:

“Elígenos a nosotros. Elige la vida. Elige pagar hipotecas; elige lavadoras; elige coches; elige sentarte en un sofá a ver concursos que embotan la mente y aplastan el espíritu, atiborrándote la boca de puta comida basura. Elige pudrirte en vida, meándote y cagándote en una residencia, convertido en una puta vergüenza total para los niñatos egoístas y hechos polvo que has traído al mundo. Elige la vida… Pues bien, yo elijo no elegir la vida. Si los más cabrones no pueden soportarlo, ése es su puto problema. Como dijo Harry Lauder, solo pretendo continuar así hasta el final del camino”.

Para Mark Renton, el éxito y el fracaso significan simple- mente la satisfacción y la frustración del deseo, piensa que la vida es aburrida e inútil porque empezamos con grandes esperanzas para luego acobardarnos, entra y sale de sus dilemas de yonqui cínico y dolorido, y qué decir cuando se queda en el limbo aplastado por el peor dolor que siente un enganchado como es la abstinencia, demasiado feo para dormir y muy cansado para estar despierto, solo pide que lo protejan de quienes desean ayudarlo, y regresar a la historia de su vida, llegar lo bastante ebrio o fumado de puro aburrimiento y cagarla, o llegar muy jodidamente tarde.

Sabe que su problema más urgente por resolver es encontrar el siguiente viaje a la felicidad en el “chutódromo” o lugar donde inyectarse, en las shotting galleries, tan de moda en el Edimburgo que le tocó vivir, y que surgieron a raíz del cese de suministros quirúrgicos de Bread Street a mediados de los 80, como sedes comunitarias de consumo de drogas intravenosas, en que se compartían jeringuillas y que produjo una aterradora expansión del sida, que con mucha suerte no contrajo.

Pero tal vez sepa descubrir con la lucidez que le queda, que su problema más importante en la vida está en que siempre que percibe o hace realidad la posibilidad de tener algo que creía o que quería, sea una novia, una vivienda, un empleo, educación, dinero y así sucesiva- mente, simplemente le parece tan aburridor y estéril, que ya no lo puede valorar.

Entonces qué sentido tiene también, decepcionar a la gente con feos compromisos, que son progresivamente tímidas capitulaciones hasta llegar la muerte, donde cualquier intento de rehabilitación significa la rendición del yo, y cuando lo difícil no es sacar a un yonqui de su adicción tanto como sacarlo de su conducta de yonqui, según sus disertaciones y a propósito de su experiencia al haber estado del lado duro de la vida, y probar el dulce engaño e indecente verdad.

Elige escupir tu vida a los demás o elige la promesa insatisfecha . Elige la vida y algo más…

Nota: como dato anecdótico en la película, Irvine Welsh interpreta a uno de los personajes que él mismo creo, un traficante punk de heroína, llamado Mikey Forrester, que le vende unos supositorios opiáceos a Mark Renton para uno de sus viajes.

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