Por: Daniel Casas Vargas
“Los hombres se dividen en comunes y extraordinarios”, así lo cree atado a una fuerte convicción el joven estudiante de Derecho, que responde al nombre de Rodion Romanovich Raskolnikov, en cuya mente brillante encierra la virtud intelectual de entender la justicia no solo como un asunto que corresponde a las autoridades hacer, sino que en ocasiones se convierte en un deber moral al que ciertos individuos tienen que atender como un llamado del destino propio que les ha facultado para ejercerla por sus propios medios, si de ello depende alcanzar un bien para la sociedad.
‘Rodia’, como le llaman su madre, Pulkeria Alexandrovna; Duniechka, su hermana; y su incondicional amigo Razumijin, cuenta con veintitrés años de edad y una promisoria carrera que ve truncada en el escenario de una Rusia portentosa ante los ojos del mundo y miserable por dentro -es la madre Rusia- venerada pero también temida por el pueblo, donde personas como Raskolnikov sufren los embates de la pobreza y la falta de medios materiales para conseguir culminar sus estudios, al punto que el hambre agobia y la pérdida de un techo en una pensión de mala muerte de San Petersburgo es inminente para el estudiante, al que hasta entonces le eran costeados la educación y el alquiler de una habitación, sin dejar de lado que este suplía algunos de sus gastos dando lecciones particulares, en virtud de la ilustración y talento de los que era dueño.