Prófugo del paraíso perdido

“¿Por qué hemos tenido que inventar el Edén, vivir sumergido en la nostalgia de un paraíso perdido, para compensar las utopías, proponer un futuro para nosotros?”.

Julio Cortázar

EditorialComo ya empieza a hacerse costumbre, las semanas que precedieron a esta edición estuvieron marcadas por un vértigo alucinante, que por fortuna dejó más que pocas horas de sueño y mucho cansancio y que en un giro inesperado me vio embarcado en un viaje que durante años había anhelado, a un lugar fascinante, que solo se puede intentar comprender cuando se recorren sus calles, interminables y mágicas. Un lugar de todos y de nadie, un colosal amasijo de culturas, tradiciones e idiomas en donde conocí el verdadero significado del paraíso perdido.

Amada y odiada, esa gigantesca estructura hecha de cemento y sueños, que dista mucho de la noción idílica de una interminable llanura con vegetación exuberante, es el escenario perfecto para descubrir el porqué de la búsqueda de ese lugar íntimo y sagrado que puede encontrarse en los detalles más insospechados, una fotografía, una canción, una receta casera, un leve aroma, o simplemente el calor de un abrazo.

Ese anhelado y etéreo Olimpo compuesto por selectivos recuerdos, creencias y quimeras, pero sobre todo por la secreta obligación de reparar el resultado de ancestrales derrotas impuestas por la historia, o por lo que algunos llaman sino, ha nacido de la necesidad de creer en la existencia de un estado mejor, de escapar de la realidad aunque sea en los más recónditos deseos, que ha llevado por siglos a los hombres al lugar común de su búsqueda.

Muchos autores nos han hecho añorarlo y soñar con la posibilidad de alcanzarlo, desde el relato bíblico que todos hemos conocido, pasando por el poema genesíaco de John Milton, hasta llegar a nuestros días, en los que el concepto del desarraigo ha perdurado, aunque en cierta medida se ha transformado y hoy es posible apreciarlo, devenido en la idea menos esperanzadora del exilio.

Generaciones enteras de escritores expatriados luego de la Guerra Civil Española y su consecuente represión política, entre los que se destacan Juan Ramón Jiménez y José Ortega y Gasset, solo por citar algunos nombres, encarnan el sentimiento de los que han sido despojados de su terruño. De la misma forma en la que decenas de autores latinoamericanos ahuyentados por los regímenes autoritarios, escribieron sus mejores páginas alejados de la patria, entre los que sobresale la figura de Julio Cortázar, quien describe el exilio como “una muerte inconcebiblemente horrible, que se sigue viviendo conscientemente”.

Aunque probablemente ningún escritor haya trazado un reducto tan hermoso y a la vez siniestro como Jean-Marie Gustave Le Clézio, en su novela La cuarentena, en la que por medio de la voz del joven León y su intento de llegar junto a su hermano y su cuñada a la Isla de Mauricio, se nos presenta una persecución casi obsesiva de los propios orígenes, que se encontrarán en medio de la desesperación y de un puñado de piras ardientes en la Isla de Gabriel.

Sin embargo, a pesar de que por momentos este terreno parece ser patrimonio exclusivo de la literatura, otras formas de expresión, en especial la pintura han ahondado en sus profundidades y hoy más allá del venerado Jardín de las delicias de El Bosco, vienen a mi mente las cuidadas formas del Renoir, las impresiones del amanecer de Monet, o las melancólicas escenas de las islas del pacífico de Max Pechstein, que por demás se ajustan a la ortodoxia del concepto.

Lo anterior nos recuerda que la belleza, con la relatividad que su mención implica, es en muchas ocasiones el camino más fácil para llegar al lugar pretendido, sin embargo, esta no es una ruta que se revele a dos personas de la misma forma, pues depende de una infinidad de factores ligados a la sensibilidad, a la coyuntura o a las razones que motivan la búsqueda personal.

No obstante, queda claro que no es necesario recurrir a tan ilustres nombres para encontrarse en estos codiciados recintos, pues la cotidianidad está llena de ellos y es precisamente en esa capacidad de identificarlos, habitarlos y perderlos en el momento oportuno, para luego volver a hallarlos, en la que radica el encanto del paraíso perdido, en el que después de sortear innumerables bifurcaciones, me encuentro -aunque sea por algunos minutos- al terminar estas líneas, al ritmo de The river of dreams de Billy Joel.

“Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso”.

Jorge Luis Borges

Ismael Iriarte Ramírez

Director

http://www.ismaeliriarteramirez.com

tuneldeletras@gmail.com