Por: Daniel Casas Vargas
Cuando parece que termina la historia, tal como la conocemos y presentan, comienza una nueva con la literatura que impacta de tal manera, con la vinculación de sus personajes a la realidad, para hacerlos propios e indelebles en el tiempo, descubriendo un mundo que existió y seguirá existiendo.
De ahí que los grandes clásicos, a partir de su fundación se redescubran y reinventen toda vez que sea necesario, a través de sus adaptaciones y valores agregados, por cuenta de otros lenguajes como el cine. En el caso de Los miserables, de cuyas tantas versiones hay noticia, el eco de la historia original se ha perpetuado en cada público y en cuanta entrega que se hace de la obra.
Y no objeto de menos interpretaciones ha sido el inmortalizado Jean Valjean, el protagonista de una novela romántica, donde el bien y el mal no escapan al destino ineluctable de este y al pueblo francés, contándose la historia de uno a partir del otro, a lo largo del tiempo en cuyo espacio suceden ambas: la de Valjean, ligada íntimamente con la de una nación convulsionada socialmente, trastornada por los hechos políticos y moralmente herida de muerte.