Pocos personajes en la historia de la literatura han logrado desligarse del yugo protector de su creador como lo hizo Sherlock Holmes, quien no sólo asumió las riendas de su propio destino, sino que tambiéncambió para siempre la vida de su autor, Sir Arthur Conan Doyle, convirtiéndolo en un instrumento a su servicio.
Desde su brillante aparición en 1887, en la novela Estudio en escarlata, Holmes, investigador brillante y excéntrico, tan encantador como engreído, se convirtió en uno de los referentes del género detectivesco y policíaco, gracias a su infalible método de deducción. Llamativamente alto y delgado, de mirada aguda y penetrante –como describe su fiel amigo y cronista el doctor John H. Watson– se ganó desde entonces, un lugar privilegiado en el folklore británico.
Convertido en una celebridad, Sherlock Holmes logró opacar la prolífica y diversa obra de Conan Doyle, quien intimidado por la fuerte personalidad de su personaje, decidió ponerle fin a su existencia en El problema final, valiéndose del genial profesor Moriarty, considerado como su único rival digno, de esta forma acabaron las aventuras del investigador en 1893. Sin embargo, como sucede en estos casos, la muerte sólo logró acrecentar su popularidad convirtiéndolo en una leyenda.
Los problemas apenas comenzaban para el escritor, que lejos de escapar de la sombra de su creación, tuvo que ceder ante la presión de miles de lectores que con cartas amenazantes y muestras de indignación, exigían el regreso de su héroe. Así en 1903, En La casa deshabitada, Holmes hace su esperada reaparición, dejando claro quien estaba a cargo.
Sir Arthur Conan Doyle continuó escribiendo las hazañas del investigador hasta 1927, tres años antes de su muerte, sin embargo Sherlock permanece en su residencia en el 221B de Baker Street, en Londres, desde donde ha logrado sobrevivir a lo largo de más de ochenta años, en relatos de escritores como Adrian Conan Doyle, Stephen King, o Rodolfo Martínez, en montajes teatrales, producciones cinematográficas e incluso videojuegos, pero sobretodo en la memoria de miles de personas que comparten la opinión de Jorge Luis Borges, quien sobre el querido personaje inglés escribió:
«Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte y la siesta son otras. También es nuestra suerte convalecer en un jardín o mirar la luna».